Una joven familia de Totoras se encuentra viviendo una difícil situación en Estados Unidos, donde llegaron para vacunarse y disfrutar de Disney, pero se encontraron con las dificultades para regresar al país. Producto de las nuevas restricciones les postergaron el vuelo para septiembre.
Se trata de María Sol Zapata, su esposo Luis Patricelli y la hija de los dos, quienes debían subir al avión que los traería de regreso al país este miércoles 30 de junio. A las 11:33 (12:33 hora argentina) el avión despegó, pero ellos se quedaron en el aeropuerto de Orlando, Estados Unidos, esperando detrás de un mostrador de Copa Airlines.
En la noche del domingo 27 de junio, el vuelo de regreso de la familia (que iba a hacer primero el trayecto Orlando-Panamá en el CM239, con fecha 30 de junio, para luego combinar con Buenos Aires) quedó entre los cancelados por la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), dentro de un cronograma para encuadrar el ingreso al país de 600 pasajeros diarios.
Según relata el diario Clarín, María Sol Zapata se enteró de la suspensión después de que su esposo la despertara casi a los gritos y le mostrara la pantalla de su celular con la noticia. Esa misma noche, pero ya de madrugada, un operador de la compañía les avisaría a ella y a su esposo que su vuelo había sido reprogramado para septiembre.
“No me pueden decir que voy a salir de Estados Unidos dentro de dos o tres meses. ¿Cómo vivimos dos o tres meses acá? No tenemos forma”, dirá después, sobre la respuesta de la aerolínea, María Sol Zapata, al salir este miércoles del aeropuerto.
Pero antes, cuando el vuelo original en el que regresarían a la Argentina ya había despegado y mientras a su alrededor pasajeros iban y volvían con sus carry on y equipajes, ella y su marido desplegaron sobre el mostrador de la aerolínea la mayor cantidad de documentos que podían presentar: pasaportes, PCR negativos y certificados médicos en los que constaba la insuficiencia cardíaca de Luis Patricelli.
Para la familia, permanecer en los Estados Unidos no sólo es un problema económico -“no somos ricos, usamos ahorros para este viaje”-, sino también de salud: Luis tiene medicación para apenas tres días y su tratamiento para la insuficiencia cardíaca que padece no puede interrumpirse.
Una empleada de Copa Airlines revisó con atención los documentos de la familia, miró la pantalla de la computadora de la compañía y les dijo que veía algunos asientos todavía disponibles para el próximo vuelo autorizado. Pero también les dijo que la reprogramación no podía hacerse desde el aeropuerto, sino a través del call center de la aerolínea.
“Salimos esperanzados. Parecía una luz al final del túnel” -dice ahora María Sol, de regreso del aeropuerto, sentada en el auto, cuyo alquiler debieron renovar. Pero la ilusión duró lo que duraron los intentos sucesivos por comunicarse con la línea telefónica de la empresa. “No pudimos, la línea está colapsada -cuenta-. Llamamos a la agencia de turismo que nos vendió el pasaje para que se comunicaran desde la Argentina. A ellos les respondieron que el vuelo estaba lleno y que no había privilegios para nadie, incluso si se trataba de algo de salud”.
María Sol Zapata y Luis Patricelli no pueden precisar cuándo compraron los pasajes. Dicen que lo hicieron por dos razones. Una prioritaria: recibir la vacuna contra la infección de Covid-19; y otra secundaria, que su hija conociera Disney. Para los tres esta es la primera vez en los Estados Unidos.
También dicen que cuando sacaron los tickets la posibilidad de que ellos se vacunaran en la Argentina -él tiene 47 años y ella, 45- era remota. Y él además tenía una indicación médica de ser inoculado más rápido
“Mi cardiólogo y mi infectólogo me recomendaron vacunarme lo antes posible”, dice Luis. Años atrás, una bacteria se alojó en su corazón, provocándole una afección crónica y severa. Desde que comenzó la pandemia, integra el grupo de riesgo, una categoría que le recuerda -a él y a cualquiera que forme parte- el peligro perpetuo: cualquier día, en cualquier momento, por cualquier acto, la salud ya débil puede romperse.
“Viví mucho tiempo con miedo -agrega Luis- Y cuando vi que existía la posibilidad de vacunarme afuera, lo pensé y compré los pasajes. Fue un sacrificio para tener una solución de salud”. Entre mayo y junio, la aplicación de las vacunas se aceleró en la mayor parte del país. En la ciudad santafesina de Totoras, donde la familia vive, también.
El 2 de junio, Luis, quien se había anotado en el plan de vacunación, fue convocado. “No sabía qué hacer. Llamé a mi infectólogo para preguntarle y me dijo ‘Dátela. Cuanto antes, mejor’. Así que no esperé hasta el viaje y la recibí”, reconstruye. Lo mismo pasaría con su esposa, aunque en el caso de ella la convocatoria sería al filo del viaje, dos días antes.
“En ese momento volvimos a plantearnos qué hacer. Habíamos comprado los pasajes para darnos la vacuna, sin pensar que íbamos a poder hacerlo en el país. Lo pensamos y después de un año tan difícil dijimos: ‘Bueno, ya que tenemos los boletos, vamos. Y le cumplimos el sueño a la nena de conocer Disney'”.
El 22 de junio volaron hacia los Estados Unidos. En el avión firmaron una declaración jurada en la que aceptaron que podía existir una reducción de vuelos y se hacían cargo, en forma económica y sanitaria, de todas las consecuencias. Pero jamás pensaron que estaba por llegar una medida que no les dio tiempo a nada.
“No le dio tiempo siquiera a las aerolíneas a organizarse, menos a nosotros”, dice Luis, por teléfono ahora desde la habitación del hotel que deberá abandonar en las próximas horas. Y después compensa: “Nosotros sabemos lo que firmamos y no queremos sacarnos responsabilidad de encima. Tomamos la decisión de viajar porque se había flexibilizado la cantidad de vuelos al exterior. Y teníamos clara la cuarentena que debíamos cumplir al volver”.
María Sol afirma: “Yo soy consciente de la pandemia. Entiendo incluso lo que quiere hacer el Gobierno (por el intento de contener el avance de la variante Delta del Covid-19, a través del bloqueo de Ezeiza). Pero mi bronca es con la aerolínea, que no responde. Debería hacerse cargo de sus pasajeros y de que, si hay asientos libres en un vuelo autorizado, nos relocalicen porque hay una cuestión de salud prioritaria”.
Tanto para María Sol como para Luis, en ningún caso, regresar al país en septiembre puede ser una respuesta válida. “Mi miedo más grande -dirá Luis antes de cortar- es mi salud. Que me pase algo. Que me tengan que internar por mi corazón. Y si eso pasa, ¿Qué hace mi esposa con mi hija, sin recursos y sin saber hablar inglés? Hay noches que no duermo pensando en eso”.
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