Por Leonardo Diana *
El 2020 ha traído consigo mucho más que una pandemia, ha dejado al desnudo y en jaque a todos los sistemas que acompañan al ciudadano, lo cual nos da la oportunidad de aprender nuevamente, como seres vivos y parte de un todo.
Estamos frente a un nuevo paradigma que nos convoca a repensar y reordenar prioridades. El efecto que tuvo el confinamiento para con el medio ambiente, nos ha demostrado que es posible vivir en un mundo con un aire más limpio, con ciudades más saludables y aguas más cristalinas, que podemos trasladarnos a nuestros trabajos de manera más sustentable, sin dañar nuestro ecosistema. Imágenes satelitales dan cuenta de una significativa reducción de los niveles de dióxido de nitrógeno en núcleos de grandes centros urbanos, como consecuencia de las medidas, devenidas de la pandemia. Una pandemia hizo que nuestro planeta nos diga “basta, así no es la forma”.
Desde otra perspectiva, como mencionamos, este virus ha dejado al desnudo el lado más débil del sistema sanitario, puntualmente de la realidad que atraviesan los recursos humanos de dicho sistema, es decir, médicos, enfermeros, choferes de unidades de traslado, servicios de limpieza, cocineros, etc., recursos de los que no podemos prescindir, y al cual ninguna máquina, hasta ahora, ha podido reemplazar. Seres humanos que ponen el cuerpo y el alma en esta pandemia, y que paradójicamente son los trabajadores peores pagos dentro de la escala salarial y con menos beneficios, en comparación con otras reparticiones o ministerios; con gran parte de su personal precarizado, siendo los defensores de un sistema que la pandemia pone a prueba día a día.
Otra cuestión no menor a tener en cuenta, es que, a lo largo de la historia de nuestro país, hemos visto como el sistema sanitario se ha ido fragmentando, esto es: medicina prepaga, medicina privada, medicina de obra social, medicina de mutual, medicina pública nacional, medicina pública provincial, medicina pública municipal o comunal. Esto tiene como resultado un sistema sanitario atomizado, que sufre los vaivenes de los presupuestos y ajustes económicos, sumado a la existencia de un sistema de obra social de frágil transparencia (salvando algunos pocos ejemplos) en el que el asociado queda en desventaja, beneficiándose casi siempre la caja gremialista. La ecuación termina resultando en que el personal sanitario se convierta en pluri-trabajador de distintos efectores para poder solventarse día a día.
Si bien es una realidad concreta que anteriores gestiones provinciales han puesto el foco en políticas públicas de salud, fortaleciendo a los grandes aglomerados urbanos, como son Rosario, Santa Fe y otras ciudades grandes, sigue permaneciendo la deuda, hasta el día de hoy, con el interior de nuestro territorio, con efectores de salud que tienen un solo profesional, con planteles sin recambio ni refuerzos, lo que produce en muchos casos el síndrome de “Burnout”. Este término se refiere a un desgaste y agotamiento emocional del profesional, atravesado por síntomas prolongados de estrés y ansiedad, lo cual causa desmotivación, falta de interés y realización profesional para con su labor.
Es por eso que el desafío sería lograr un sistema de salud mucho más fuerte, con profesionales y equipos de salud bien remunerados, que se dediquen de pleno a la atención de la comunidad, con capacidad de abordar las patologías más emergentes, dar respuesta a la salud mental y a las patologías crónicas, haciendo abordaje de todas las problemáticas, con programas sanitarios de alto impacto en la sociedad, asumiendo con responsabilidad la salud de pacientes y población a cargo, interactuando con sus vecinos y habitantes, ejerciendo fuertemente la prevención de salud.
¿Dónde y cómo quedó el sistema educativo en este escenario? Los docentes y la comunidad educativa han sostenido con creces, sobre el peso de sus hombros, al sistema durante esta pandemia, con sus propios recursos, sin recibir estímulo del estado. Dicho proceso decantó las falencias existentes, demostrando la necesidad de establecer nuevas formas pedagógicas que se ayornen a las demandas sociales reales, a los niños y adolescentes reales de nuestro actual sistema educativo. Claro está que, pese a las buenas iniciativas de sostener la continuidad pedagógica, el sistema ya presentaba su fecha de vencimiento antes de la llegada del nuevo virus. Resulta indispensable repensar los espacios curriculares, y los procesos de aprendizaje más allá de las paredes de las aulas; la reformulación de un sistema educacional debe tener en cuenta, ante todo, la sociedad al cual está destinado, el mismo debe contener las salvedades y diferencias sociales que existen en la misma, también tener en cuenta que estamos frente a este nuevo sujeto/alumno, fruto de una sociedad compleja y complejizada, un sujeto informado, para bien o para mal, pero informado al fin; un alumno hijo de varios sistemas.
En lo emergente se tuvo que “incluir en las curriculas a las Tics”, una asignatura pendiente del sistema educativo desde hace tiempo, que hoy es una realidad a medias, con docentes que aún deben ser capacitados e introducidos en nuevas perspectivas, con esto nos referimos a que no es solamente aprender distinto si no también cosas distintas, frutos de este nuevo paradigma que ya ha despertado con nosotros. En definitiva, la prioridad es enfocar nuevas orientaciones y miradas pedagógicas, destinadas a la demanda del nuevo modelo de alumno.
La crisis económica y social son, sin lugar a dudas, dos problemas que no se van a resolver con una vacuna. Asistimos a una crisis mundial, casi sin precedentes, el virus no vino a discriminar entre potencias mundiales ni países subdesarrollados. Ningún Estado está preparado al cien por cien para hacer frente desde todos los ángulos a semejante monstruo, así como también es real que ningún Estado puede subsistir mucho tiempo sin recaudar, sin dinamizar cadenas productivas, y en este sentido, y a pesar de muchos, ninguna clase social, puede subsistir sin el trabajo, y mucho menos aún, ninguna familia puede realizarse.
No podemos evadir el hecho de que entramos en cuarentena con más del 30 % de la población en situación de pobreza, casi cinco millones de trabajadores no registrados, casi dos millones de desocupados, inflación, déficit fiscal; una problemática estructural que arrastramos por décadas. Ya es hora de reconocer, aceptar y asimilar que somos un país productor de alimentos y el virus nos encuentra ocupados en saciar el hambre de una parte importante de nuestra población. Es importante resaltar que resguardar la salud, no solo es higienizarse las manos, y acceder a una consulta médica. Por el contrario, es fundamentalmente tener acceso a una vivienda digna, a alimentos sanos, al agua corriente y potable y eso solo el Estado, libre de sus fragmentaciones verticales y horizontales, puede y debe garantizar.
Con una estabilidad tan débil como han manifestado la mayoría de los países latinoamericanos, resulta casi una obligación volver a plantear las normas del juego. Y en este punto nos detenemos y pensamos que a veces la acción más individualista se convierte en la más altruista de todas, es decir, cuidándome, cuido a los demás, y cómo también una acción tan pequeña puede hacer tanto bien al mundo en el que vivimos.
Es sumamente necesario e imprescindible volver tejer nuevos lazos sociales; ¿qué es el ser humano si no es un ser social? Existimos y somos en relación a la existencia con el otro. Estos lazos deben reconstruir un nuevo contrato social, así nos lo impone este nuevo orden mundial y también social, esta nueva “normalidad”, de la que tenemos más preguntas que respuestas. Pero algunos indicios nos pueden ir marcando el nuevo camino, políticas públicas sustentables, ejecutadas desde una comuna hasta un Estado provincial o Nacional, dejar de gobernar sobre lo emergente y gestionar a largo plazo.
No creo tener la fórmula para dar solución a todo lo que acontece, pero estoy convencido de que esta coyuntura nos pone a todos los ciudadanos, a todas las instituciones, a todas las fuerzas políticas en mismo nivel para a emanar acciones a largo plazo y en conjunto, claro está que esto requiere de la voluntad de todos, esto no se reduce a esta oposición binaria Salud o Economía, es un desafío mucho más transversal y profundo, en dónde el diálogo institucional debe ser el denominador común de todas las acciones.
La crisis es oportunidad, en este caso, nada más ni nada menos, la oportunidad de dejarles un mundo mejor a nuestros hijos, empezando de cero para reescribir las normas sociales, los valores institucionales y, como mencionamos con antelación, volver a repensar las prioridades del Estado, para restituir el funcionamiento de los mencionados sistemas.
* Médico Generalista y de Familia, Mat. 13997 / Senador provincial por el Departamento San Jerónimo
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