Por Diego Bocco*
Durante este último tiempo, que parece más largo del que cronológicamente es, la humanidad vuelve a enfrentarse a un enemigo que la acecha, pero al que no puede ver. Por ende, no es necesario siquiera su alcance real. El solo hecho de mencionarlo, alcanza para que ejerza su poder de transformación sobre nuestra realidad. Podemos decir que en ese aspecto es indiscutiblemente potente. No es de los enemigos preferidos, justamente, porque la batalla no es convencional, pero es un desafío. Y en el fondo eso nos moviliza. (Al igual que las utopías: sirven para que avancemos en “pro de”)
Esta situación no es nueva. Desde que el ser humano se organiza en forma social, o al menos desde que se tiene registro de ello, ha batallado contra obstáculos de todo tipo, a veces con mejor éxito, pero casi siempre de forma conjunta. Sin dudas, en épocas anteriores a eso los obstáculos se presentaban de igual forma, pero el ser humano aun carecía de la forma civilizada de enfrentar a un problema.
¿Por qué hablar de enemigos preferidos? El primer párrafo refiere y se compara con una situación, sucedida hace cien años, en la que varias regiones del país y del mundo, se enfrentaban a dos grandes epidemias: gripe española en 1918, y peste bubónica al año siguiente. La idea del enemigo, o de la construcción del enemigo como diría Umberto Eco,o del adversario, en términos más suaves y de significado parecido (no igual)… es necesaria para alcanzar esa VICTORIA que puede darnos sentido de superación, de liderazgo, o de poder sobre el vencido. “Construir al enemigo” es darle al problema características extra a las propias (y a su propia peligrosidad en este caso). Podemos decir entonces que una DIFICULTAD, ese mal no querido, es una puesta a prueba, que de ser superada, nos cambiará de rango. Superaremos un nivel.
Hoy la humanidad toda está esperando ese momento. La victoria contra esta acechanza que nos quitó la normalidad dentro de la cual nos movíamos, para cambiarla por otra. Toda lucha contra algo implica un esfuerzo. Y el esfuerzo a la larga hace fuerte a quien lo aplica. Ni hablar entonces, si esa idea la trasladamos del plano individual al conjunto: a una sociedad que como unidad comparte rasgos, ideas, y gustos.
Pero ¿Qué nos hace pensar que una sociedad determinada está de acuerdo a la hora de enfrentar un problema? ¿O Incluso asumir que tal problema existe? Podríamos desprender muchas preguntas más, hijas de estas dos primeras.
Si algo es claro, al menos en nuestra sociedad argentina, es que desde el vamos fundacional, no tuvimos una identidad como nación, sino la sumatoria de varias que en algún momento, se proclamaron argentinas. Ese problema se renovó incluso con las oleadas inmigratorias posteriores.
En la actualidad, el elemento aglutinante, el pegamento que nos une es escaso o no nos esforzamos en hacerlo visible. Una de dos. Prima el individualismo. Podemos mencionar casos muy puntuales, como ser la guerra de Malvinas, o un mundial de futbol cada cuatro años, que nos llevan a los argentinos a “sentir la camiseta unánime” estar de acuerdo casi…en totalidad.
Este panorama hace entonces que “el conjunto” no encuentre tan fácilmente una decisión o acuerdo a la hora de concebir un problema o una solución. Por ende, tal solución quedaría en manos (casi únicamente) de quienes elegimos para que nos guíen: nuestros gobernantes. Y eso nos lleva quizás a un error o negligencia: la de creer que la única responsabilidad (o la mayor) pertenece solo a ese sector.
Ciertamente existe la obligación indiscutible desde ese lado, claro está. Pero no puede eximirnos de la propia. ¿Entonces en que parte entraría la idea de enemigo necesario ante un obstáculo a resolver?
Para los ciudadanos medios (sin generalizar) muchas veces nos es más sencillo REACCIONAR que ANALIZAR (porque analizar es difícil, aburrido, y demuestra que no es blanco sobre negro, sino de muchas gamas que en mayor o menor medida inciden) quizás no le sea necesario alimentar más esa idea. El grado de distanciamiento ya lo venimos ejerciendo de antemano, por nosotros mismos con nuestra conducta del YO sobre el NOSOTROS; y el nivel de crispación que muchas veces vemos (o ejercemos), hace pensar en que la idea de Hobbes de la Guerra De Todos Contra Todos¸ no es un asunto en absoluto superado. Desde el sector gobernante aparecen muchas facetas posibles ante el surgimiento de un problema a resolver: la oportunidad legitima y genuina de cuidar a su pueblo (a quienes lo eligieron y a quienes no). También la de afianzarse entre las instituciones.
O también la de posicionarse estratégicamente para el futuro.
Si tenemos en cuenta que de las crisis nacen los líderes, quizás eso tenga correlato inverso cuando sea necesario superar crisis de liderazgo. Parece un juego de palabras, pero tiene sentido.
A resumidas cuentas, en esta búsqueda de la VICTORIA que llevamos a cabo hoy contra la amenaza del COVID 19, ese mal que nos transformó (y transforma) la realidad cultural, política y económica casi de raíz, se hace complejo distinguir reacciones (e intenciones) generales, de particulares.
De golpe, y ante el miedo a un virus al que le medimos el alcance real, para determinar si es tan peligroso como dicen, sabiendo que es más atrevido que otros de sus pares como el Dengue, el cual se limita (casi por lo general) a un escenario de condiciones precarias, y eso deja tranquilos a muchos que están fuera de ese problema, el ser humano hoy, al menos en nuestro país, se encuentra ante una combinación inusitada de prohibición/restricción con poder.
El poder de sacar provecho en el rio revuelto, el poder de denunciar, o el poder privilegiado que nace de una condición favorable, cuando una localidad o provincia se encuentra en situaciones sanitarias momentáneamente buenas, por ejemplo.
En un país donde la idea de lo justo, lo que está bien o lo que está mal, es más compleja de abordar (o acordar) que quizás en otros, se nos suma este ingrediente para hacer más difícil el esclarecimiento.
…Pero volviendo al principio, los obstáculos y los esfuerzos fortalecen. Si hay una enseñanza en todo esto, hemos de aprovecharla.
*Totorense / Docente en Historia y Ciencias Sociales / Autor del libro “María Javier y Guillermina. Hermanas Franciscanas de Calais”.
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