Por Dr Miguel Cartía
Mi nombre es Miguel Cartía, soy médico desde hace 30 años y desde hace 15, aproximadamente, por mi especialidad comencé a coordinar una unidad de terapia polivalente, junto con un amigo que tiene otra especialidad.
En marzo del 2020, cuando todo esto empezó, pensé que jamás llegaría a mi pueblo, de pronto vi como estaban organizando sistemas de aislamiento, como de golpe un gimnasio se transformaba en un “galpón” lleno de camas, como los hoteles se preparaban, y me dije… están exagerando, esto no va a llegar aquí.
Y me equivoqué, porque de golpe de tener 5 camas en la terapia pasamos a tener 12, y todas llenas, con pacientes que sufrían la falta de aire como si fueran peces fuera del agua, y entonces empezar a estudiar una enfermedad que no había de donde estudiar, leer estudios y artículos que eran especulaciones, y ver como mas gente se enfermaba, pero no me tocaba de cerca, gente conocida sí, pero no de mis afectos.
También vi como la miseria humana afloraba desde los corazones de la gente, estigmatizando a un enfermo de covid como si fuera un leproso en la época de la Biblia, y como vecinos escrachaban a quienes trabajaban en salud, por solo vivir en ese edificio.
Vi también aplausos a las 21 horas en todo el país, aplausos que los primeros días eran multitudinarios, y de a poquito se fueron apagando, aplausos que inicialmente me llenaban de orgullo, pero después me sonaban a demagogia.
Vi miserias humanas, como mucha clase política tratando de sacar tajada de lo que pasaba, pero no entendía cómo, en semejante tragedia sanitaria, no se ponían de acuerdo firmando una tregua, digo… dejemos de pelear hasta tener esto controlado.
Y así fue pasando esa primera ola, que llego hasta diciembre. Cuando explotó la internación, cuando teníamos 13 pacientes internados para 13 camas disponibles, tuve que aprender a dar informes telefónicos, no mirar a los ojos al familiar de mi paciente como siempre lo había hecho, a hablar por un aparato, que la gente esperaba todo el día que sonara. No saber si me entendían o no lo hacían, y quedarme con la amarga sensación de que ese familiar estaba esperando por su ser querido, que no veía desde que se internó…
Y llegó ese día, ese día en que un paciente fallece en mi turno y tuve que llamar a esa esposa y ella me dice “Doctor deme buenas noticias”. No pude, tuve que decirle que su marido murió. Que su compañero de 30 años ya no estaba y ella no lo vio en los últimos 20 días. El grito desgarrador que sonó en mi auricular simplemente me lo llevaré a la tumba, pero como todo, de a poco te vas acostumbrando.
Pero esto no terminaba, esto seguirá y peor, pasaron muchos pacientes, algunos mal otros mejor, y me tocó asistir a amigos, que sufrieron la enfermedad, que estuvieron internados, y algunos muy mal.
Y ahí comparé esta pandemia como que somos los encargados de una calesita, en la que muchos se suben dan unas vueltas y para ellos todo termina, pero nosotros, los que estamos en esta parte de la salud, seguimos en ese carrusel, dando vueltas subiendo y bajando personas.
Y es tan loco que no parece terminar nunca la vuelta, porque cuando parece que termina aparecen nuevos que suben, y los que se bajan siguen con su vida, un rato recuerda lo que fue la vuelta, pero luego todo está igual que antes.
Y no sólo eso, parecería que todos quieren subirse, porque hay marchas, festejos, fiestas, etc que sólo nos suma gente a la calesita, y los calesiteros no damos mas, el dolor, el cansancio que tenemos, solo nuestra familia puede entenderlo. Y te digo, no te subas a esta calesita, no está bueno, aunque te parezca que es una vueltita y nada más, te aseguro no es tan así.
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