Por Viviana Cappelletti*
Por estos días, y de modo casi “automático”, venimos naturalizando situaciones, hechos, estadísticas, números, casos. Leemos sin asombro informes de femicidios hasta que estos se acercan a nosotras provocándonos una mezcla de dolor y tristeza. Porque son parte de nuestras familias y/o de nuestras conocidas. Porque hay una cercanía geográfica. O porque una “comparte” características esenciales de la víctima: edad, actividad, militancia, procedencia, convicciones, lucha, vida….
Algo de esto me pasó. Nos pasó a muchas con el reciente atroz femicidio de Florencia Gómez Pouillastrou en San Jorge.
Y vuelvo y volvemos colectivamente a preguntarnos: ¿hasta cuándo? ¿hasta dónde? ¿por qué?.
Hacemos teoría. Razonamos y explicamos que mujeres, hombres y diversidades son diferentes y que, lejos de tomar esto como un problema, nos genera interés y atracción. Sin embargo, es lo construido lo que incomoda. Porque, si bien en los últimos años se han evidenciado avances, las diferencias terminan decantando en desigualdades en el acceso a derechos. Es decir, a partir de las diferencias se establecen relaciones de poder que afectan las condiciones de las personas para tener una vida digna.
Esta situación es la que observamos en las relaciones que nuestra sociedad estableció históricamente entre mujeres y hombres. Los roles, comportamientos, actitudes de los hombres son más valorados por la sociedad, lo que los coloca en una situación de privilegio frente a las mujeres y las diversidades.
Las desigualdades que afectan a las mujeres y disidencias en general se perciben como naturales. “Como lo que debe ser”. Sin embargo, sabemos que son producto de una construcción social; por lo tanto, se pueden transformar.
Y aquí es donde me quiero quedar. Donde elijo detenerme: en el poder de la palabra transformación. Un término con fuerza propia asociado al “hacer”. A hechos que podemos y debemos generar para que el cuestionamiento no se enclave únicamente en lo dialéctico. Hechos concretos que nos permitan acercarnos un poco todos los días a la linda “utopía” del “Ni una Menos”.
En este sentido, quiero, y pretendo ser propositiva, usar este espacio para generar interrogantes, pero también estrategias y articulaciones haciendo referencia a algunas experiencias que merecen ser contadas.
Promotoras Territoriales de Género y Diversidad: “Para desnaturalizarlo todo”
Desde hace años, en los distintos territorios del país, miles de personas vienen formándose y capacitándose para promover a nivel comunitario los derechos de las mujeres y personas LGBTI+ a través de programas, talleres y/o cursos que brindan los gobiernos nacionales, provinciales y municipales, organizaciones de la sociedad civil, sindicatos, centros de formación y universidades, entre otros.
En el mes de mayo de este año, el MINISTERIO DE LAS MUJERES, GÉNEROS Y DIVERSIDAD DE LA NACIÓN, considerando su importancia, creó el Registro Nacional de Promotoras y Promotores territoriales de género y diversidad a nivel comunitario.
En la ciudad de San Genaro, donde resido, pero también a lo largo y ancho de nuestro país, se ha conformado el colectivo feminista “Promotoras Territoriales Micaela García” con el objetivo de levantar la bandera de “La Negra”, como apodaban a Micaela sus compañeros de lucha y militancia.
Estas pibas vienen poniendo en práctica sus saberes en los territorios donde viven, trabajan o militan a través de consejerías de género, espacios de mujeres y diversidades, equipos y redes locales de promotoras territoriales, escuelas populares de género y otros dispositivos.
Pero, fundamentalmente, EDUCAN. Comunican. Transmiten información con una simpleza capaz de ser comprendida por cualquier persona. La pandemia las obligó a que esta transmisión se produzca a través de redes sociales, pero, pese a la virtualidad, la meta sigue siendo la misma: VISIBILIZAR y DESNATURALIZAR los mandatos impuestos.
Su abordaje territorial favorece la detección y asistencia temprana a muchas mujeres y diversidades en situación de violencia. Por eso cumplen un rol esencial en la prevención y erradicación de todas las formas de violencia por motivos de género. Asimismo, su trabajo comunitario permite promover los derechos y autonomías de las mujeres y personas LGBTI+, visibilizando desigualdades por motivos de género, sensibilizando a la comunidad y “deconstruyendo” aquello que viene construido “fuera de escuadra”.
Entonces, considero que la estrategia es válida y valiosa. Y que, además de angustiarnos, hartarnos, enfurecernos y de criticarnos sin consideración, nos permite ser generadoras como sociedad de dispositivos como el que desarrollan las promotoras territoriales Micaela García de San Genaro. Como el que también impulsan las “Rondas de Mujeres” o las “Reuniones de Brujas” (aquellas que no pudieron “quemar”). Y que, con presencia del Estado, esta articulación tiene que ser indestructible y debe permitirnos edificar, en palabras de Rita Segato, “un mundo agradable; un mundo sin hegemonía, sin que ninguno de los mundos y de las propuestas dominen sobre las otras, un mundo suelto, radicalmente plural, sin los imperativos de las vanguardias, un lugar donde diferentes formas de felicidad, realización, satisfacción y bienestar puedan existir sin agredirse mutuamente.”
*Lic en Trabajo Social, Mat. N-360
Ex Concejala del Partido Justicialista Ciudad de San Genaro
Militante feminista
Referente del Movimiento Evita de la Provincia de Santa Fe
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